miércoles, 3 de agosto de 2011

Nocturno V (Mitología)

Las estrellas nacen siempre eternas,

es el tiempo que las va matando

en la cóncava necedad del ayer,

es el incienso que se va quemando

en los despojos de sales y olvido.

Tú naciste del agua cenicienta

firme como la tierra.

Naces igual que el viento

y esta mirada nueva que te busca.

Tus piernas de marfil, al paso,

van tejiendo la mortaja

para cada beso embadurnado

que se me muere en la boca.

Lejos, lejos, lejos,

me siento en las ojeras

de un adiós anticipado…

es tan fácil que te carguen muerto.

Tanto olvido nos enseña el tiempo

(santo, santo, santo)

y nos siguen cargando los nuestros.

¡Salve Locura en esta tarde del mar!

Lo siento. Me gana el peso de tu cuerpo

como un puñado de luces tercas, igual,

como esta máscara anémica del verso.

Del agua naciste como del pasto,

como los capullos del cielo,

del agua de mi llanto,

de cada nota marchita,

de esta tinta que se cae a pedazos.

De mares y de mares

mi voz llega siempre tarde.

Alquimia de la rosa incauta

me dibuja la lengua el lunar

atrincherado al pie de tus labios…

peces de mármol rosa,

perfidia del otoño y su espanto.

Otoñal naciste, del agua otoñal.

Mis párpados caen de a uno

secos como el espejo.

Mis manos, mi boca, mis ojos,

no tengo costillas fértiles

por eso van a la tierra

sin el fruto de tu cuerpo,

no tengo ni un día en el bolsillo

por eso camino con la misma estatua

halitosa y mugrienta… tanto olvido nos enseña el tiempo.

A callar, a remar,

a lamerme los instantes

con los alcoholes de un cristo

que se corta las manos buscando entierro.

Tanta lejanía se te ató al cuerpo

(tanto humo, tanto buitre, ¿qué es un huerto?).

Dormías despacio en vasijas de suerte

a la sombra de un árbol.

Del vientre del árbol saliste,

de la tierra y del agua

que son la misma dinastía que el canto.

¡Ay del que no canta ni un sorbo de sueño!

Costillas muertas, secas costillas,

ni un ojo me queda ni un Caín ni un dios;

una taza de abrojo en ayunas

me bebo cada cinco besos muertos.

Salta la luna a que la bese el río…

cada luna tiene su río, como tu lunar,

las estrías del cuento me soban la cara

como una memoria que se perfuma de piel

(la filia del beso que es tu piel),

ensayo un te quiero y le prendo fuego a mi cama.

¡A bailar! Nodriza del agua,

yo no canto mis sueños sino mis duelos,

marisma del tiempo breve

en que tus océanos llenaron el mundo.

Eras el agua que toma cuerpo

y se estira al cielo como aire profundo.

Toca la campana arisca del velo.

Cernía un canto a la nada

(la nada que besa con odio de sicario)

para sobornar la angustia

que se maquilla de insufrible engaño.

Como acude el sueño a la luna

para derretirse cual fino injerto,

acudió el agua a tu cuerpo,

la tierra y mis ojos pálidos de verdor.

Acudió el sonar de tristes cuentos

y me perdí el final

tan libre siempre como tus cabellos…

El principio no era el verso.