Partimos hacia la vida
como enredaderas fútiles
con la sombra de una noche augusta,
simples, desnudos, corrientes,
yermos vasos sedientos de aire;
partimos a los deseos del futuro exacto
con los ojos del hallazgo pétreo.
Partir siempre con la renuncia del pasado
llevando los días en la chistera del morbo.
Partimos llanos y solos,
a donde vaya el otro, a donde nos lleve nadie
siempre en posesión de nada.
Tan difícil la partida,
más difícil la vuelta,
más extraño el retorno a los prados
que recorrimos a galope de carcajada
y hoy nos devuelven tan sólo
el pasto seco de las huellas envejecidas,
la incertidumbre anidada en el pecho
y una nostálgica sonrisa de muerte.
Tan difícil la partida,
pavorosa la vuelta,
a las voces que esconden
los patios desiertos,
los muros solitarios de las habitaciones
en que escurren los llantos como peces.
Volver a los nombres
extraviados en la distancia,
a los pasillos en que anduvieron los viejos
que hoy nos sobreviven inmóviles,
en la imagen anclada en la pared
con los ojos marchitos, solos.
Tan difícil la partida,
más terrible la vuelta
a los anecdotarios caducos,
las historias ya contadas,
las cicatrices y la ropa vieja.
A la niña que se amó en secreto,
a los dulces de navidades pretéritas
y la firme soledad de los muebles vacíos.
Hechos de humo los primeros pasos,
de un canto sordo perdido en lejanías,
en los juguetes empolvados del ropero
y las canas en almohadas mullidas.
Tan difícil la partida,
más terrible la vuelta.